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Lo primero fue leer en público nuestras hojas. Para colocarnos a todos en nuestro sitio. A continuación Trillo hizo un interesante recorrido histórico por la fotografía y sus límites. Autores y obras que muchos de nosotros no consideraríamos ni siquiera fotografía. Nos provocó y rompió con las fronteras que tradicionalmente le otorgamos a la foto. Nos habló de la lista de los artistas más cotizados del mundo, de por qué y cuales son los fotógrafos que aparecen en esa lista. Debatimos sobre galerías, éxito y dinero. Qué es lo que te hace estar ahí o no estarlo. Y, sobre todo, si eso significa algo. Curvas para acá y curvas para allá.
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Miguel nos hizo un recorrido por todo su trabajo. Nos mostró toda esa colección de tribus urbanas, de retratos de una generación, de identidades. Nos contó que él estuvo ahí, cuando la movida se gestaba, cuando España despertaba a la libertad, a la cultura, al sexo. Y nos cuenta que fue en ese momento en el que sucede lo más sorprendente: que cuando sobre los escenarios actuaba Almodóvar, Sex Pistols o The Clash, él decidió girar la cámara. Trillo decidió que los verdaderos protagonistas de todo aquello no eran los que estaban encima del escenario, que es donde todo el mundo miraba, sino debajo: el público. Comenzó entonces a retratar a todas las personas anónimas que hacían que esa movida madrileña se convirtiera en una realidad. Ahora nos dimos cuenta de que el taller nos conducía hacia un camino recto. Nada de curvas. Cuando todos miraban hacia un lado, él miró hacia otro. Y se empeñó en seguir haciéndolo.
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Texto y fotografías de Alberto Lizaralde
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